Acerca de la discriminación a las personas mayores, habla Miguel Kiwi (83).

“Aunque entré a la universidad por gusto a las matemáticas, estudié Ingeniería Civil Mecánica porque mis padres no querían que me dedicara a eso. Cuando me gradué, me especialicé en Física en Estados Unidos. Tengo 83 años y sigo haciendo clases e investigación. Nunca me he querido jubilar, porque me gusta mucho lo que hago. Me siento activo y vigente.

A pesar de esto, he sufrido discriminación por mi edad. Hace un tiempo tenía una tarjeta que estaba teniendo problemas y quise cambiarla, pero en el banco me dijeron que no podían dármela porque tenía más de 75 años. Pocos días después, apareció una carta en El Mercurio de una señora que acusaba algo parecido.

Quería suscribirse a Netflix y ningún banco le quería dar tarjeta. En la notaría, hace poco, me dijeron que por ser mayor de 75 años tenía que traer un informe psiquiátrico que certificara que estaba lúcido. Al final no lo entregué, pero presumir que por tener cierta edad no estás cuerdo, es una vulneración.

A veces siento que la sociedad quiere que uno desaparezca o que no moleste más. Estamos mirando a la vejez de manera discriminatoria, porque te ven como imposibilitado. Esto es una situación dura e ingrata que no retribuye lo que uno le ha dado a la sociedad.

La vejez, como la entendemos ahora, es un fenómeno relativamente nuevo. Cuando yo nací, la expectativa de vida era de 38 años, pero ahora es más del doble. Pero en estos 80 años la sociedad no se ha adaptado.

Un día conversando con mis alumnos surgió el concepto de los vejetes esforzados. Yo me declaré presidente de ese grupo y el único miembro. Me gusta la idea de seguir trabajando, no por necesidad, sino para mantenerme activo y por el gusto de hacerlo. En mi caso, estar en contacto con gente joven es algo que me ha ayudado a tener más energía. Espero que a ellos también los ayude en algo”.

Miguel Kiwi es físico y académico de la Universidad de Chile. En 2007 recibió el Premio Nacional de Ciencias Exactas.

Fotos: Constanza Miranda