Acerca de cuidar a su padre, habla Erika Videla.

“Mi papá tiene 89 años y mi mamá 85. Él es hipertenso, tiene diabetes y EPOC, una enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Mi mamá es un poco más sana. Tiene un marcapasos desde 2018 y artrosis. Si bien ambos tienen problemas propios de su edad, son autovalentes.

A pesar de que ellos se desenvuelven bien, de un tiempo a esta parte he sentido muy necesario el quedarme en su casa con ellos. Estoy casada y tengo mi propio departamento en el que vivo con mi marido, pero vivo en la casa de mis papás entre cuatro a cinco días a la semana. Cuando no estoy les dejo todo preparado y organizado, pero igual estoy preocupada y permanentemente pendiente. Es inevitable. Soy la que está al tanto de sus cosas de salud, la que los lleva al médico, la que se preocupa de sus remedios.

Cuando era más joven siempre pensé que cuando le pasara algo a alguno de ellos me iba a volver a la casa. Porque soy la única mujer y porque soy la que está en Santiago, mi hermano vive en Concepción. Él es muy preocupado, habla con ellos todos los días y viaja mucho a verlos, pero hay algo en lo cotidiano que inevitablemente recae en mí.

Mi marido me echa de menos y de repente alega porque se siente solo. Y claro, eso es complicado a veces y también es un peso, porque hay que tirar para los dos lados. En algún momento pensé que era una buena idea que nos viniéramos los dos a vivir acá con mis papás, pero por cosas técnicas de su teletrabajo no pudo. Además, entendí que él necesita su espacio.

Me gusta cuidar a mis papás, pero tengo que reconocer que de repente hay cosas que me frustran. A veces me gustaría tener un poco más de tiempo para hacer otras cosas y me pongo media nerviosa, porque siento que el tiempo no me da para hacer todo lo que me gustaría. Pero aunque vivo bastante dividida, llamando y preocupándome de que esté todo bien acá y allá, no quiero que nunca ellos sientan que son un estorbo, porque no lo son. Y quiero acompañarlos hasta el fin de sus días”.

Fotos: Constanza Miranda